Como se explicó en el post anterior, el alcoholismo puede definirse o acotarse según una serie de criterios o características que definen el comportamiento de la persona que tiene un problema de consumo. Aunque pueda parecer sencillo, somos conscientes de que reconocer que uno mismo, o que un familiar tiene un problema de adicción no es tan simple como que una serie de criterios nos recuerden a lo que hace la persona.

El hecho de reconocer que existe un problema de alcoholismo, más que un hecho en sí, podría considerarse un proceso.

Reconocer el problema implica una aceptación del mismo. Aceptar que en la familia existe una adicción, implica asumir una serie de acontecimientos y consecuencias negativas, e implica tener que ponerlas sobre la mesa. Muchas personas no quieren o simplemente no están preparadas para sobrellevar lo que vendrá si se pone de manifiesto la existencia de la enfermedad. Por el momento, la vida es más fácil si se actúa como si no pasara nada.

En todo esto, entran en juego una serie de resistencias y mecanismos de defensa, que protegen a la persona de enfrentarse al problema. Estas defensas se dan tanto en el alcohólico como en los familiares.
Al igual que para la familia es difícil aceptar que existe un problema, para el adicto que lo vive en primera persona, esto supone una tarea aún más complicada.
El alcohólico negará que tenga un problema, tratará de justificar sus consumos y le restará importancia, referirá que muchas personas beben y no hay ningún problema en ello. Si la familia aún no ha avanzado en su proceso de aceptación, lo común es que acepten los argumentos del adicto, que traten de confiar en él e intenten no darle mayor importancia al asunto. Esta actitud ante el problema puede prolongarse más o menos en el tiempo.

Todo esto implica una constante ambivalencia, que ocurre tanto en la persona alcohólica como en sus familiares. Ambos piensan que algo no va bien, pero de momento, es más sencillo justificarse y tolerar.

Lo común es que las circunstancias cada vez vayan siendo más complicadas de justificar y de tolerar. No debemos olvidar que el alcoholismo acaba afectando no solo a la manera de beber, sino que también conlleva una serie de cambios en el estado de ánimo y la conducta del adicto. Ante situaciones de agresividad, dejación de responsabilidades o problemas económicos, se hace más difícil defenderse mediante la justificación y la tolerancia. En estos momentos, es común que los familiares empleen otras formas de defensa como reproches, confrontaciones u otras estrategias que mantienen o generan mayores conflictos.

En ese momento, se puede decir que la dinámica familiar se encuentra totalmente desestabilizada. Si antes el objetivo de la familia era el de proporcionarse afecto, compañía, apoyo y seguridad, ahora todos los esfuerzos se dirigen a poder prever o reaccionar ante un posible conflicto inminente. La conducta del adicto es impredecible, por lo que la familia debe estar constantemente alerta.

Esto genera una serie de síntomas en los familiares más cercanos:

-Estrés y ansiedad.

-Miedo y culpa.

-Desvalorización de uno mismo.

-Vergüenza y aislamiento social.

-Depresión.

Si no se actúa sobre ellos, lo común es que estos se vayan agravando de manera progresiva hasta producirse lo que llamamos codependencia. Cuando hay codependencia, ocurre que el familiar se abandona totalmente a sí mismo, llegando a vivir por y para el adicto. Finalmente, toda la vida familiar acaba girando en torno al problema.

Es lógico pensar que toda esta situación no solo no ayudará al familiar alcohólico, sino que repercutirá en que el problema se mantenga y se agrave. Además, resulta muy difícil que la familia pueda salir por sí misma y sin ayuda externa de estas situaciones. Por ello, es importante que se entienda el tratamiento de la familia como una parte fundamental del tratamiento de la adicción.
Por norma general, el hecho de que las familias reconozcan sus síntomas y se pongan en manos de profesionales, supone un primer paso hacia la recuperación de la persona adicta. Se trata de romper el circulo que, en parte, ayuda a mantener al adicto en sus conductas.