A través de la adicción al consumo de alcohol, la persona corta el contacto real con sus emociones, sensaciones y pensamientos. De una forma inconsciente, emprende una huida o escape ante aquellos aspectos desagradables de sí mismo y de lo que recibe del exterior. Ante esta situación, el “Darse cuenta” emerge como el primer paso para emprender la recuperación y ser la base de todas las tomas de conciencia esenciales en todo el proceso terapéutico.
¿Qué lleva a una persona a incorporar la adicción a su vida? ¿Es la historia de las personas una historia de adicción?
En el caso del consumo de alcohol, nos encontramos ante una historia de necesidad. Una necesidad de otro objeto o sustancia cuyos efectos permiten el funcionamiento o adaptación de la persona que consume, a su día a día. Este “funcionar” aparente, no implica otra cosa que una disfuncionalidad o inadaptación a la vida real (personal, familiar, social…), aunque si bien, para la persona que consume, este estado se disfraza de adaptación o forma “adecuada” de enfrentar sus situaciones.
Lo cierto es que el problema del alcoholismo es bastante frecuente en nuestro medio. Esto mismo podría indicarnos que algo sucede en el interior de la persona para que ésta, “necesite de” para poder funcionar, o “necesite de” para calmar sus ansiedades, miedos o emociones profundas.
Cuando el hábito de consumo se hace repetido, puede pasar a convertirse en una conducta adictiva. Esta conducta se basa en el concepto de dependencia tanto física como psíquica, y tiene una característica importante basada en una pérdida de control.
Cuando el consumo de alcohol se convierte en adictivo, la persona acaba por dejar de controlar o manejar su consumo, a pesar de que él/ella mismo/a afirme y crea firmemente que sus actos y conductas son un reflejo de su libertad y elección, y que por supuesto, se establecen bajo su pleno control.
Esta falta de consciencia, sitúa a la persona en un ámbito de negación de la realidad y provoca una lucha constante por parte de familiares y personas más allegadas, quienes muchas veces se esfuerzan en vano para poder generar un cambio en su familiar querido.
Sin embargo, dentro de esta pérdida total del control en el consumo, existe un margen de posibilidad de modificación de la situación. Si esto no fuera así, el alcoholismo en sí implicaría un camino sin retorno para el paciente, una ausencia de esperanza en la sanación y un final trágico para todas las personas afectadas.
Despojar totalmente a la persona de su plena libertad y capacidad última de elección, sería en parte, menospreciar las capacidades intrínsecas que todos poseemos. Esto no significa que sea fácil, pero si abre un pequeño espacio para la esperanza de recuperación y posibilidad de cambio.
Mi experiencia de trabajo con personas en proceso de rehabilitación por consumo de alcohol, me ha mostrado que a pesar de todas las dificultades, el cambio es posible. Además, existen grandes posibilidades de éxito cuando la persona implicada es consciente de su problemática y decide emprender un camino de conocimiento de sí mismo, así como un proceso terapéutico en el que se trabajen todos los niveles de la persona, (social, conductual, pensamiento, emoción, espiritualidad…).
“Darse cuenta” y proceso terapéutico
A medida que se avanza o profundiza en las causas del alcoholismo, podemos comenzar a observar la importancia de la experiencia interna de la persona. Con independencia a la gran cantidad de teorías que ofrecen explicaciones de esta problemática, cuando nos situamos frente a frente a una persona que consume o ha consumido de una manera no sana, obtenemos de su discurso pistas que nos indican las bases reales de ese consumo. “No me siento bien”, entonces bebo y “me siento bien por un rato”. “Me cuesta afrontar los problemas”, entonces bebo y “puedo continuar, me olvido”, etc.
Estas afirmaciones ya indican un nivel de conciencia considerable para la persona, pues en los primeros estadios del consumo problemático de alcohol, los pacientes se caracterizan por esa ausencia de conciencia de que algo no va bien. Es más, una persona puede llevar años consumiendo y obteniendo graves consecuencias para sí mismo y su entorno, y no observar problemática alguna en la situación.
Estar como terapeuta y co-terapeuta en la propia terapia de rehabilitación de un amplio grupo de personas en un proceso de recuperación de consumo, me ha permitido aprender e identificar que existe un paso previo y fundamental para la sanación.
Esta premisa fundamental no es otra que: el DARSE CUENTA.
Una premisa esencial, que al emerger en la persona, dará pie al comienzo del proceso de sanación. Un proceso en el que la voluntad y responsabilidad del paciente serán claves, y que a través de ese “darse cuenta”, los pasos que se den serán más firmes y sólidos.
Cuando menciono el concepto de “darse cuenta”, muy propio de la terapia gestáltica, hago referencia al hecho de que la persona con adicción al alcohol, es invadido de una manera repentina, de un golpe de conciencia.
Cuando este “darse cuenta” no emerge, el paciente está sumergido en un estado de negación. Es incluso posible que el paciente acuda a terapia, pero esta acción suele responder a la obligación impuesta por algún familiar, que en forma de ultimátum, exige a la persona que acuda a la misma.La terapia se convierte por lo tanto, en algo impuesto a lo que el paciente accede “para que le dejen tranquilo”, y como es de esperar, el proceso terapéutico no produce o por lo general, no suele producir ningún tipo de efecto. No es hasta que este “darse cuenta” emerge en el paciente de forma natural y espontánea, cuando uno se sitúa en la posición de emprender la recuperación.
Es importante que el terapeuta o los profesionales encargados de acompañar a una persona con alcoholismo en su recuperación, conozcan y reconozcan la importancia de trabajar de una forma integral.
Las intervenciones de tipo conductual y social, muy comunes en el tratamiento de las personas con alcoholismo son muy útiles, necesarias e imprescindibles. Si bien, trabajar únicamente a estos dos niveles, podría implicar una falta de profundidad que dejaría al paciente en un estado de aparente recuperación, pero con el riesgo constante de padecer una recaída al no tratarse los aspectos más profundos de uno mismo.
Es esencial, para que nuestros pacientes resuelvan sus conflictos, permitir y acompañarles a un nivel emocional profundo, contactando, enfrentando y expresando las emociones que pudiesen estar bloqueando la solución del problema.
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