Este artículo forma parte de una serie sobre la recaída en el alcoholismo.

La recaída no es un momento aislado en el que se vuelve a beber, sino un proceso que empieza mucho antes, casi de forma silenciosa.

En la primera parte, explicamos cómo reconocer las señales tempranas y las etapas que suelen llevar de nuevo al consumo.

En la segunda parte, compartimos la historia real de Luisa (nombre ficticio), que ilustra cómo esos pasos pueden aparecer en la vida diaria y qué hacer para detenerlos a tiempo.

Si todavía no has leído la otra entrega, te recomiendo hacerlo para tener una visión más completa. También puedes explorar más blogs haciendo clic aquí.

Muchas personas creen que la recaída empieza en el momento en que se vuelve a tomar una copa.

En realidad, ese momento es solo el final de un camino que empezó mucho antes, casi de manera silenciosa.

Una parte fundamental del tratamiento del alcoholismo consiste en aprender a reconocer las señales tempranas que indican que la abstinencia está en peligro. Detectarlas a tiempo puede marcar la diferencia entre mantener la sobriedad o volver al consumo.

La recaída, por lo general, no ocurre de golpe. Se va gestando en varias etapas.

  1. Etapa de inicio

Todo puede comenzar con un cambio importante en la vida.

A veces, paradójicamente, esos cambios son positivos: un ascenso, una boda, el nacimiento de un hijo… Otros son claramente dolorosos: un divorcio, la pérdida de un ser querido, una crisis económica. Incluso situaciones aparentemente pequeñas, como un comentario hiriente o un periodo de mal tiempo, pueden tener un peso mayor del que parece.

En esta primera fase suele aparecer un mecanismo de negación. La persona intenta restar importancia a lo que siente, convencida de que puede con todo. No quiere reconocer la vulnerabilidad que provoca la adicción y, sin darse cuenta, empieza a “racionalizar” sus emociones: “no es para tanto”, “todo el mundo pasa por esto”.

Pero bajo esa fachada se esconde algo importante: una labilidad emocional, es decir, una inestabilidad del estado de ánimo. Surgen la confusión, los cambios de humor y la dificultad para identificar lo que realmente se siente. Son señales que, si no se escuchan, pueden ir abriendo la puerta al siguiente paso.

  1. Etapa de desarrollo

Aquí es donde empiezan a reaparecer comportamientos que parecían superados: pequeñas mentiras, discusiones innecesarias, intolerancia… Es como una bola de nieve que empieza a rodar cuesta abajo, ganando tamaño y fuerza.

En este momento, la persona pierde de vista cómo sus propias actitudes están alimentando los problemas. El foco se pone fuera: “la culpa es de los demás”. Esto aumenta la sensación de impotencia, de rabia y, a la vez, de culpa.

El círculo vicioso se alimenta solo: cuanto peor me siento, menos uso las herramientas que me ayudaban a estar bien… y cuanto menos las uso, peor me siento. Así, poco a poco, vuelven a aparecer las viejas costumbres: pasar por los lugares donde se bebía, reencontrarse con compañeros de consumo o abandonar actividades sanas que antes ayudaban a mantener la abstinencia.

  1. El momento crítico

Cuando se cruza la línea y se toma la primera copa, la sensación de pérdida de control aparece casi de inmediato.

En algunos casos, surge la compulsión: ese impulso intenso, casi incontrolable, que empuja a beber igual o más que antes.

En otros, el consumo se mantiene moderado por un tiempo… pero es una falsa sensación de control. Antes o después, esa delgada línea se rompe y se regresa al patrón de consumo anterior, a menudo con más intensidad y acompañado de un sentimiento profundo de culpa.

Reconocer la recaída como un proceso y no como un simple acto es fundamental para poder prevenirla. El cuerpo y la mente van dando señales: pérdida de motivación, exceso de confianza, abandono de rutinas saludables, exposición innecesaria a tentaciones…

Cuanto antes se identifiquen, más posibilidades habrá de tomar decisiones que protejan la sobriedad.

Señales de alerta y estrategias para prevenir la recaída

Señales tempranas:

  • Pérdida de interés por actividades que antes ayudaban a mantener el equilibrio.
  • Creer que “ya se tiene todo controlado”.
  • Descuidar hábitos saludables (sueño, alimentación, ejercicio).
  • Aislarse de personas de apoyo o evitar el contacto con el grupo terapéutico.
  • Exponerse a lugares o personas asociadas al consumo.
  • Sentimientos frecuentes de irritabilidad, aburrimiento o apatía.

 

Estrategias de prevención:

  • Hablarlo pronto: compartir lo que se siente con un profesional, grupo o persona de confianza.
  • Mantener rutinas: no abandonar las actividades que dan estructura al día.
  • Evitar tentaciones: si no es necesario, no acudir a eventos o lugares con consumo de alcohol.
  • Revisar la motivación: recordar por qué se empezó el camino de la abstinencia.
  • Usar herramientas aprendidas: técnicas de afrontamiento, relajación, ejercicio físico, escritura terapéutica.
  • No confiarse demasiado: el exceso de seguridad puede llevar a bajar la guardia.

Ahora que conoces las etapas y señales que suelen preceder a una recaída, te invito a leer la segunda parte de esta serie:

El caso de Luisa: señales que anuncian la recaída. (Próxima entrega)

Allí descubrirás, a través de una historia real, cómo estos pasos pueden aparecer en la vida diaria y qué se puede hacer para detenerlos a tiempo.

Además si quieres tener una lectura y un conocimiento más profundo acerca del alcoholismo te recomiendo leer El alcoholismo en la mujer.