—¿Cómo cree que debe de tratar el alcoholismo? ¿Qué profesionales deben intervenir? ¿Qué papel deben de jugar en él las asociaciones de autoayuda?

 

Antes que nada hay que decir que si los caminos que recorren las personas hasta desarrollar una dependencia de alcohol son distintos, no puede haber un modelo único o uniforme de tratamiento. Es necesario adaptar la intervención a la persona y a su familia.

 

Resulta de enorme utilidad identificar qué “servicio” presta el consumo a la persona que se ha convertido en adicta, ya que en función del mismo habría que diseñar el tratamiento. Sin duda dicho tratamiento debe contemplar previamente un estudio diagnóstico amplio, en el que se evalúen los daños ocasionados por la dependencia (sobre la salud física, la psicológica y el contexto social y relacional del paciente) así como las potencialidades individuales y familiares desde las que apoyarse para lograr los objetivos terapéuticos.

 

Conocemos desde hace mucho tiempo que la restauración física de la dependencia de alcohol no es demasiado complicada: hay evidencias de que el manejo del síndrome de abstinencia con los tratamientos farmacológicos de los que disponemos es relativamente sencilla e igualmente hay tratamientos médicos dirigidos a recuperar o detener el deterioro ocasionado por las complicaciones orgánicas de la dependencia. Lo más complejo, como siempre, es el abordaje psicológico que tiene que ir dirigido a que la persona adicta no vuelva a buscar en el consumo eso que antes éste le proporcionaba. Y en este aspecto el diagnóstico psicopatológico es clave. Salvando los sesgos que suponen las generalizaciones, vamos a encontrarnos alcohólicos para los que el consumo no tiene mucha relevancia a nivel psicológico. Y alcohólicos que, o bien usan el alcohol como tratamiento para aliviar su sufrimiento; o los que lo usan para sentirse “vivos” o esperanzados en la vida. En el primero de los casos, acertar en el abordaje terapéutico del trastorno que motivó el consumo, puede suponer que el paciente encuentre un mecanismo saludable de afrontar sus dificultades y superarlas. En el segundo de los casos, la cuestión es mucho mas compleja. Nos encontramos ante personas que se experimentan a sí mismas como vacías, y sienten que el mundo no tiene mucho que ofrecerles, a no ser que lo “tiñan” con alcohol. Es como que sin alcohol la vida se vive en tonos grises, y en presencia de alcohol, la vida tiene color, alegría. Dado que esta experiencia existencial se ha configurado a lo largo de su biografía, llega a formar parte de la personalidad y de la forma de relacionarse con los demás y con la vida. Para este tipo de alcohólicos, no beber significa tener que renunciar a su experiencia de ser. Estamos ante palabras mayores. ¿Qué alternativa vital puede sustituir la vivencia de una embriaguez? En mi práctica, el miedo a la pérdida de la salud o incluso a la muerte no es suficiente. Es imprescindible una reconstrucción de algunos aspectos de la personalidad que ayuden a soslayar la certeza subjetiva de que la vida con alcohol es mejor que sin él.

 

En mi trabajo clínico tengo por costumbre registrar información sobre la biografía del paciente desde que él tiene recuerdos, así como de las relaciones con sus familiares. Igualmente indago cómo ha sido vivida su crianza y en concreto, si se ha sentido suficientemente querido. Llegar a esta pregunta muchas veces requiere que la relación terapéutica esté consolidada, ya que resulta comprometida. Hay pacientes que dicen no recordar esos datos de su infancia, y pacientes que tienen claro no haberse sentido queridos. En muchas familias uno de los padres era alcohólico y, o bien había estado ausente de la crianza, o en otros había intervenido de forma hostil, provocando inseguridad y miedo en el núcleo familiar. En otras familias podemos encontrar que, formalmente eran funcionales, pero afectivamente frías. En estos casos, cuando las personas no despliegan recursos de resiliencia para afrontar estas dificultades, el riesgo de encontrar alivio en el alcohol para regular el vacío emocional en el que se han criado, es muy alto. Esta situación me permite comprender la fortaleza del vínculo que el alcohólico ha establecido con el alcohol y la resistencia que va a oponer al cambio terapéutico.

 

Tenemos que pensar que el proceso terapéutico de una persona que ha llegado a ser dependiente a partir de sus carencias afectivas, tiene que lograr sustituir la inversión emocional que el paciente ha encontrado en el consumo. En mi experiencia, aunque verdaderamente eso que faltó es insustituible, es cierto que un contexto donde el paciente se encuentre reconocido, valorado y querido; y en el que además sus vivencias de alcohólico pueden ser utilizadas para ayudar a otros alcohólicos a vencer su adicción, puede ser el recurso idóneo donde la persona encuentre un sentido para su existencia. De ahí que entienda la necesidad de la terapia de grupo para este tipo de pacientes.

 

Con respecto a los profesionales que deben involucrarse en un tratamiento y en consideración a todo lo que he expuesto, creo que una vez superada la fase de desintoxicación y de recuperación física (profesional médico y enfermero) el paciente debe ser guiado por un psicoterapeuta (psiquiatra o psicólogo) que en función de las necesidades del caso podrán requerir la intervención de otros profesionales o recursos (como trabajadores sociales para la reinserción social). En muchos casos, la terapia de grupo va a resultar imprescindible para sustentar el proceso de deshabituación. Bien dirigida por un terapeuta o bien en régimen de asociación o grupos de autoayuda.

 

En algunos casos será necesario apoyar el inicio de la deshabituación en fármacos que faciliten el mantenimiento forzoso de la abstinencia (interdictores) o en fármacos que disminuyan el deseo de consumir que va a persistir en el paciente una vez desintoxicado.

 

 

—¿Es posible prevenir el alcoholismo desde la familia?

 

La prevención primaria o universal de cualquier dependencia a mi juicio se iniciaría en la infancia. Para no extenderme demasiado sobre el tema, conocemos que los factores de riesgo para que se produzca una adicción interactúan de forma dinámica desde el nacimiento. Habría factores constitucionales o genéticos que podrían predisponer al desarrollo de la dependencia (son factores que aumentan la vulnerabilidad de la persona a poder padecer el trastorno) y factores individuales y sociales. Entre los factores individuales yo destacaría la influencia del tipo de vinculación afectiva con los padres como los más determinantes para el posible desarrollo del problema. Sabemos que la relación afectiva entre un cuidador (madre/padre o quien realice esas funciones) y un bebé, son esenciales para la construcción del “yo”, en sus aspectos emocionales, afectivos, cognitivos y relacionales. Digamos que una buena vinculación afectiva, que proporcione seguridad al niño, le va a ayudar a tener una sensación interna de que él merece ser reconocido, valorado y querido, así como la vivencia de poder confiar en que los demás estarán disponibles para él en caso de necesidad. Confianza en uno mismo, y confianza en el entorno social cercano son los factores que más fortaleza confieren para afrontar los inevitables avatares de la vida. Si una persona carece de confianza en sí mismo, o no siente que le importe a nadie, será más vulnerable a la hora de recomponerse después de acontecimientos dolorosos, traumáticos o estresantes. Por tanto, el papel de la crianza resulta esencial para la prevención.

 

A nivel práctico se trataría de disponer de profesionales cualificados (por ejemplo las matronas; igualmente trabajadores sociales) en detectar dificultades de las madres y los padres en la forma de vincularse a sus bebés. Y en el marco de programas “normalizados” de vigilancia del niño sano, ofrecer asesoramiento, orientación o educación para la salud, dirigida a facilitar una vinculación de calidad y de seguridad entre esos padres y su hijo.

 

En este sentido pienso que la inversión económica en este tipo de actividad preventiva es probablemente muy inferior a los gastos derivados de las consecuencias sobre la salud y sobre la vida social que produce el alcoholismo. E igualmente pienso que este tipo de programas preventivos a muy largo plazo (años) no son muy interesantes para políticos o gestores que necesitan realizar inversiones que ofrezcan resultados a corto plazo. Habría que cambiar la mentalidad de nuestra clase política.

 

 

—¿Qué podrían hacer los padres de un adolescente que se intoxica con alcohol y comienza a consumir cannabis? 

 

En 1990 se publicó un artículo (Shedler y Block) en el que se describía un estudio longitudinal realizado sobre una muestra de 100 adolescentes (chicos y chicas) que fueron reclutados antes de los 3 años de edad y a los que se siguió hasta los 18 años. El objetivo del estudio era conocer qué variables relacionadas con acontecimientos biográficos vividos por los adolescentes, y qué variables de la crianza, podían correlacionar con el uso de drogas durante esa etapa de la vida (para revisar la metodología recomiendo acceder al artículo: Shedler J y Block J. (1990) Adolescent Drug Use and Psychological Health; A longitudinal Inquiry. American Psychologist. Vol 45, No 5, 612-630). Lo mas sugestivo de este trabajo es que al final del seguimiento habían identificado tres grandes grupos de adolescentes: abstemios, exploradores y consumidores habituales. Y lograron correlacionar lo siguiente: 1) Los adolescentes que se ubicaban entre los experimentadores estaban socialmente mejor adaptados. 2) Los que utilizaban drogas frecuentemente se caracterizaban por tener rasgos de personalidad diferenciados con dificultad para el control de los impulsos y síntomas de malestar emocional. Y 3)  los chicos que con 18 años nunca habían utilizado sustancias eran relativamente ansiosos, emocionalmente limitados y carecían de habilidades sociales. Las diferencias psicológicas entre experimentadores, abstemios y abusadores podían ser delimitadas desde la infancia y se relacionaban con la cualidad de los cuidados y la crianza recibidas. Los hallazgos indican que el problema del uso de sustancias no es la causa, sino un síntoma de desadaptación personal y social y el significado del uso de drogas puede entenderse sólo en el contexto de una estructura de personalidad del individuo y de su desarrollo biográfico.

 

He realizado esta introducción para poder subrayar que no todos los adolescentes que beben o fuman cannabis van a ser adictos, lo cual no significa que los padres que detecten estos consumos no tengan que hacer nada. Es más, que los padres detecten el consumo es una señal de que, si esa conducta era exploratoria, se le está yendo de las manos al chico. En este caso lo prudente sería en principio que se tomaran medidas de control con consecuencias derivadas de las transgresiones y al mismo tiempo, consultar con profesionales cualificados para evaluar hasta qué punto los rasgos de personalidad del chico pueden predisponer hacia el abuso, así como aquellas características de la crianza que pudieran estar influyendo negativamente en que el adolescente mantenga esa conducta de consumo.