El doctor Sebastián Girón García es doctor en medicina, psiquiatra y terapeuta de familia y pareja. Gran conocedor del alcoholismo desde distintas atalayas. Trabajó en la Cruz Roja en un equipo de alcoholismo y con una asociación de alcohólicos Hoy continúa trabajando desde un centro público de drogodependencias y forma a terapeutas familiares.

Es su doble experiencia como experto en alcoholismo y en familias los que no ha llevado a entrevistarlo con el convencimiento de que las contestaciones a nuestras preguntas nos arrojarán mucha luz sobre estas dos materias tan conectadas.

—Si leemos la prensa nos encontramos que bajo la palabra de alcoholismo se pueden esconder multitud de cosas distintas. Desde niños de 13 a 14 años que van por grupos de autoayuda, hasta personas embriagadas ¿Qué es en realidad el alcoholismo?

Esta pregunta no resulta fácil de responder debido a la interferencia que supone el hecho de que al ser el alcohol una droga cultural en nuestro medio, así como a su accesibilidad, podría decirse que cada persona se ha creado un juicio personal, derivado tanto de su propia experiencia, como de las costumbres que ha vivido en su entorno.

El alcohol es una sustancia culturalmente integrada, al menos en nuestro ámbito social; muy accesible (numerosos puntos de distribución y venta); relativamente barata, en comparación con otros productos de consumo; que genera una actividad económica de la que viven muchas familias (productores, distribuidores y puntos de venta); con una inserción en la tradición y en las costumbres que se remonta a siglos de antigüedad y que la hace estar vinculada desde un punto de vista antropológico a momentos de celebración, unas veces de tipo sagrado (el vino es la sangre de Cristo) y otras veces de tipo festivo (rituales como fiestas señaladas – ferias, celebraciones como nacimientos y matrimonios, etc.) y que determinan que a su alrededor haya surgido y se haya mantenido toda una mitología que refuerza los beneficios de su consumo. Sin duda, todo este bagaje provoca que nuestra capacidad para ubicar en qué punto ese consumo es “normal” o es “abusivo y perjudicial” quede al albur de cada bebedor.

Otras cuestiones que dificultan igualmente llegar a un consenso sobre qué es el alcoholismo son las relacionadas con la historia natural del desarrollo de la dependencia. En efecto, desde que una persona comienza a tener experiencias de consumo hasta que finalmente se instaura un cuadro clínico que para la mayoría sería definible como alcoholismo, suele pasar bastante tiempo. Por ejemplo, en una casuística realizada en el Servicio Provincial de Drogodependencias de Cádiz en 2006 sobre una muestra de pacientes que habían accedido a tratamiento de su dependencia y para determinar las variables que influían sobre la salida de tratamiento con un alta terapéutica, se encontró que los pacientes dependientes al alcohol iniciaban el consumo a una edad promedio de 18 años, pero tenían un tiempo de evolución de consumo muy prolongado hasta que solicitaban iniciar su rehabilitación: unos 24 años de consumo para los que terminaban con alta terapéutica y unos 29 años para los que no. Traducido a edades, los pacientes alcohólicos en nuestro medio accedían a tratamiento a una edad comprendida entre los 42 y los 47 años. Seguramente esta dilación entre el momento en que el consumo reúne características de dependencia y el momento en que el paciente o sus familiares deciden pedir ayuda, sea debida tanto a la accesibilidad y permisividad con el alcohol, como también a su farmacocinética y a su farmacodinamia. Todo ello incide en que el desarrollo de la adicción al alcohol, aunque comience en la juventud, no se suela manifestar de forma completa hasta la edad adulta.

Dicho todo esto, es comprensible que se hayan llegado a consensos clínicos para tratar de unificar criterios sobre lo que debemos considerar una dependencia al alcohol (como los de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS o como los del manual Diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales, de la APA). Yo, personalmente, sólo enfatizaría que en todos los trastornos por dependencia es posible identificar un patrón de comportamiento del individuo dependiente caracterizado por: 1) Un estado de necesidad previo a la realización de la conducta (sea esta el consumo de una sustancia, o la realización de una actividad vivida como placentera, como el juego); 2) La búsqueda anhelante de la realización de la conducta, que en el plano individual se experimenta como una concentración de pensamientos, sentimientos y actos dirigidos a la satisfacción de la necesidad; 3) Un estado de alivio de la tensión cuando ya es posible tener acceso a la conducta incluso antes de ser realizada (los pacientes refieren que cuando tienen alcohol , y antes de tomarlo, ya han empezado a notar una mejoría de los síntomas de necesidad); 4) En los momentos previos al consumo o a la realización de la conducta, pasan a un segundo plano de importancia aspectos esenciales de la vida del sujeto, como su propia salud o las consecuencias que para su vida familiar, social, laboral o incluso legal, pueda tener la conducta adictiva. A pesar de todo ello, el impulso a la satisfacción de esa necesidad es de tal magnitud que ninguna consideración hará cambiar de objetivo a la persona adicta. En muchos casos, tras la realización de la conducta, se experimentan afectos contradictorios: por un lado el placer derivado del efecto del consumo o del alivio de la tensión previa; y por otro lado el sentimiento de fracaso, de haber hecho algo inadecuado; de haberse dejado vencer por el impulso; de ser alguien sin voluntad de controlar sus propios deseos, todo lo cual se traduce en sentimientos de remordimiento y de displacer.

El alcoholismo no ocurre en un despiste como puede ocurrir con una embriaguez ¿Cómo se puede llegar a ser alcohólico?

 

Como he comentado antes, la disponibilidad y accesibilidad al consumo de alcohol por parte de la población está generalizada. Sin embargo, no todas las personas que consumen alcohol o que ocasionalmente se embriagan desarrollan una dependencia al alcohol. Factores sociales (modelos educativos, culturales, dinámicas de relaciones familiares) y factores personales (personalidad y/o presencia de psicopatología) están involucrados en que el encuentro entre una persona y el alcohol se quede meramente en una experiencia exploratoria o en que se inicie el camino de la dependencia.

Hay personas que cuando beben no se embriagan, y otras que cuando lo hacen, siempre tienden a embriagarse, aunque son capaces de espaciar temporalmente sus episodios de intoxicación de forma que al principio ello no interfiere de forma notable con su vida, sus ocupaciones o sus relaciones familiares y personales. Grosso modo, podemos encontrarnos personas que toman alcohol por adaptación a un medio social donde se facilita el uso por costumbre (y sin tener que llegar a la embriaguez); personas que necesitan el consumo con una función lúdica (diversión asociada a la intoxicación) y otras personas que partiendo de una situación de malestar psicopatológico han “descubierto” que el consumo alivia ese sufrimiento (ansiedad, depresión, etc.).

Una vez producido el encuentro entre el individuo y el alcohol, y dependiendo de los factores personales y sociofamiliares específicos mencionados anteriormente, puede ponerse en marcha el proceso de vinculación adictiva con el alcohol, o no. En el caso de que se configure la relación adictiva la persona presentará “síntomas” del desajuste que produce en su vida, aunque al principio esos “síntomas” probablemente no sean valorados como señales de presencia del problema debido a la normalización sociocultural del consumo.

—Dr Girón, usted lleva mucho tiempo trabajando con familias .¿Como se ve involucrada la familia en este proceso?

Resulta bastante común que los miembros de la familia que conviven con un adicto al alcohol desplieguen un conjunto de conductas adaptativas a la convivencia que se caracterizan por el desarrollo de comportamientos tendentes a proteger, controlar y cambiar al alcohólico; por intentar asumir la solución de la adicción y por reprimir o inhibir la manifestación de sentimientos y emociones provocadas por la situación que genera la persona que presenta el problema.

A esta conducta se la ha denominado co-dependencia (co-alcoholismo) y se la considera disfuncional, en el sentido de que perjudica a las personas que la asumen así como dificulta el proceso de asunción de autorresponsabilidad del adicto frente a su conducta adictiva. Sin entrar a valorar esta interpretación de la realidad, si que es preciso dejar constancia de que es posible verificar que el sufrimiento que produce el alcoholismo en la familia circula por distintos vericuetos y que, efectivamente, casi siempre conduce a que, en la búsqueda de soluciones al problema, la familia ensaye, generalmente con escaso éxito, distintas alternativas.

Así pues, resulta observable que la familia atraviesa por diferentes momentos: Al principio lo mas frecuente es que la familia minimice o niegue el problema. En segundo lugar y cuando ya las señales de que existe el problema son demasiado evidentes, la familia suele intentar controlarlo. El resultado de este movimiento de intento de control es que la conducta y la vida del familiar empieza a girar alrededor del problema. Y por último, a pesar de las soluciones intentadas se persiste en ellas y se cronifican.

Esta descripción se corresponde efectivamente con la vida de muchas familias que cuentan en su seno con un familiar alcohólico. Pero desde el punto de vista del terapeuta familiar es muy importante entender cómo se gestan y que utilidad tienen, con el objetivo de disponer de la información necesaria para la intervención terapéutica.

La cuestión clave desde el punto de vista familiar es qué utilidad puede tener para la vida de la familia que uno de sus miembros presente una conducta alcohólica. O dicho de otro modo, cómo esa conducta se incorpora al funcionamiento familiar y termina por convertirse en un elemento regulador de su vida. Cuando esto ocurre, es como que la familia se ha convertido en “adicta” al alcohólico: es decir que su vida cotidiana está regida por ese hecho. Un autor que ha estudiado bien este problema, Peter Steinglass, sugiere que la presencia de un alcohólico en la familia ayudaría en cuestiones claves para la supervivencia de la familia como conjunto, como sistema. El sostiene que la presencia de alcohol en la dinámica comunicacional y relacional de la familia, pone a disposición de ésta elementos afectivos, relacionales, emocionales y organizativos que en ausencia del alcohólico no estarían tan disponibles.

La idea que sustenta esta perspectiva es que cuando la familia afronta una crisis de su ciclo vital en la cual una de las alternativas es romperse o reestructurarse, y eso es vivido de una forma muy ansiosa, la presencia de un problema de alcohol ayudaría a no afrontar dicha crisis y a centrarse en esa dificultad concreta con el consumo. Sería como atender lo mas urgente, dejando de lado lo que realmente está de fondo. Esta hipótesis sobre la función de la dependencia para la familia explicaría la resistencia del paciente, y sobre todo la de la familia, a aceptar un cambio en su statu quo; ya que la ausencia del problema de alcohol llevaría a la familia a tener que afrontar la crisis relacional subyacente.

—¿Es cierto como parece estar extendido que el alcoholismo es una causa importante de los malos tratos en la familia?

A pesar de las evidencias epidemiológicas que invitan a pensar que los problemas relacionados con el consumo de alcohol constituyen un factor etiológico para el desarrollo de conductas violentas en las relaciones de pareja, lo que se ha podido constatar es que el alcohol es uno más de un conjunto de factores de riesgo. No obstante, sí se han podido encontrar pruebas de que los perpetradores de malos tratos que están bajo los efectos del alcohol ejercen una violencia más intensa o severa sobre sus víctimas. A mi juicio hay que diferenciar bien la dependencia de alcohol de la embriaguez ya que en la prensa se tiende a confundir ambas situaciones como si fueran una sola.

Al tratar de explorar cual puede ser el origen de la asociación entre alcoholismo y violencia de género, aparece una gran controversia, derivada, en mi opinión, de la posición adoptada por los investigadores al abordar el problema desde diferentes enfoques. La existencia de hipótesis o teorías explicativas diferentes y enfrentadas constituye justamente una prueba de la complejidad del fenómeno y por tanto de la imposibilidad de enfrentarnos a una solución uniforme y reduccionista del mismo.

Por otro lado lo que si parece evidente es que los factores de riesgo que pueden propiciar que un varón sea violento y que se involucre en una relación de malos tratos, están presentes en la probabilidad de que desarrolle un trastorno relacionado con el consumo de alcohol, de forma que es imposible distinguir si uno es causa o consecuencia del otro.

Dado que hay factores de la esfera genética y biológica, así como relacionados con la construcción de la personalidad (en los que están implicados los derivados de los tipos de crianza — apego –, y los educativos – socialización –) y factores culturales (patriarcado) que interactúan entre sí de forma compleja, resulta necesario encontrar un enfoque que los considere en su conjunto. Hasta el momento ha habido movimientos tentativos en esta línea aunque ninguno plenamente exitoso. Mi modesta contribución a este respecto se centra en subrayar la necesidad de ponderar la importancia de la crianza a través de la vinculación de apego entre los niños y sus cuidadores, que podría explicar la posición tanto del maltratador como de la víctima en el mantenimiento del ciclo de maltrato. Así como tener presente la perspectiva postulada por la teoría de sistemas, que tiene poca trascendencia en la literatura científica (creo que por falta de conocimiento sobre la misma) y que sin embargo aporta explicaciones sustanciosas, y posibilidades de intervención prometedoras sobre estos problemas de salud.